miércoles, 17 de marzo de 2010

Lanza Piedras





Fundíbulo en el Castillo de Baux, Francia.
Un fundíbulo o trabuquete, también conocido como lanzapiedras es un arma de asedio medieval, empleada para destruir murallas o para lanzar proyectiles sobre los muros.
Se piensa que fue inventado en China entre los siglos V y III a. C. El Fundíbulo de contrapeso fue un perfeccionamiento del fundíbulo de tracción. El invento llegó a Europa alrededor del año 500 dC. Durante la Edad Media se cree que pudo haber sido usado para arrojar personas o animales, que hubiesen muerto por la peste negra, por encima de los muros de los castillos, con el propósito de infectar a la gente dentro de éste durante un sitio.


Un fundíbulo está formado por una viga o barra de madera sujeta a un armazón que la mantiene elevada del suelo. El punto de apoyo de la viga (usualmente un eje) está colocado en la parte superior del armazón. Del brazo corto de la barra se encuentra suspendido un contrapeso y del brazo largo una honda. La honda tiene un extremo atado a la viga y un extremo libre con un lazo donde se engancha la bolsa del proyectil.
El proyectil de un fundíbulo era usualmente una gran piedra redonda, aunque otro tipo de proyectiles eran ocasionalmente usados: animales muertos, colmenas, cabezas de enemigos capturados, pequeñas piedras de arcilla cocinada que explotarían en el impacto como metrallas, barriles de brea o aceite encendidos, o hasta negociadores que no habían tenido éxito, heces de animales, prisioneros de guerra y espías con vida.
Dimensiones
Las dimensiones de cada uno de los componentes del fundíbulo determinan el funcionamiento que tendrá el arma. La viga es uno de los elementos cruciales. Debe ser lo más ligera posible, pero lo suficientemente fuerte para no romperse en el disparo. La proporción entre los brazos largo y corto de la viga y la longitud de la honda, son factores muy importantes para determinar el alcance que logrará el proyectil. El propósito de un buen diseño es convertir la mayor cantidad posible de la energía potencial del contrapeso a energía cinética para el proyectil. Si la transferencia es de un 100%, y no existe fricción, el alcance máximo, Rmax, del proyectil sería de Rmax = 2hmc / mp, donde h es la distancia que recorre el contrapeso al caer y mc y mp son las masas del contrapeso y del proyectil, respectivamente. La eficiencia real de un fundíbulo es entonces simplemente determinada como la proporción entre el alcance conseguido y el alcance máximo calculado.
Características técnicas
Si bien el tamaño y el peso de la máquina pueden variar mucho de un modelo a otro, un fundíbulo tiene las siguientes características técnicas:
Longitud de eje: de 8 a 12 metros.
Peso de contrapesos: entre 10 y 18 toneladas.
peso del proyectil: de 80 a 100 kilogramos.
Alcance máximo: un poco más de 200 metros.
Número de trabajadores: alrededor de 60 personas (carpinteros, mamposteros, etc.).
Cadencia de disparo: 1 a 2 por hora.
Diseños
Los diseños eran llevados a cabo realizando modificaciones en un modelo a escala. No existen descripciones realmente detalladas de fundíbulos medievales (o anteriores) que den información acerca de las dimensiones o formas de la viga o la proporción entre el brazo largo y el corto de la viga, entre otras cosas. Ningún modelo de tiempos medievales ha sobrevivido. Los pocos dibujos contemporáneos existentes son extremadamente esquemáticos e incluso a veces muestran proporciones físicamente imposibles. Los métodos usados para mejorar su funcionamiento y diseño eran, aparentemente, secretos militares, y no están disponibles para los reconstructores de hoy en día.

Eficacia [editar]
Los fundíbulos eran armas muy poderosas, con un alcance de unos 275 metros. Los diseñadores de castillos frecuentemente construían sus fortificaciones previendo un ataque con fundíbulos. Por ejemplo, el Castillo Caerphilly, en Gales, estaba rodeado por lagos artificiales para mantener a los sitiadores con sus armas de asedio a gran distancia. El alcance de muchos fundíbulos era en realidad más corto que el de un arquero inglés (250-300 m), convirtiendo en peligrosa la tarea de operar un fundíbulo durante un sitio. Esto significaba que los sitios podían durar mucho tiempo; a veces hasta varios años.
Debido al tiempo empleado para cargar la honda y levantar el contrapeso en fundíbulos grandes, no es posible hacer más que un par de tiros por hora. Algunos más pequeños pueden disparar un par de veces por minuto. Un fundíbulo puede aumentar su eficiencia realizando ciertas modificaciones. Una es permitiendo al contrapeso bajar en forma totalmente vertical. Esto maximiza la transferencia de la energía potencial del contrapeso al proyectil. Otra es colocarle ruedas al fundíbulo. Éstas permiten al armazón moverse libremente de atrás para adelante, haciéndolo más estable, ya que la fuerza que genera el contrapeso al caer es transferida al movimiento hacia adelante del fundíbulo, en vez de hacer inclinar al armazón, dañando la estructura.
Funcionamiento de un fundíbulo
Un fundíbulo funciona como una palanca. Es amartillado levantando el contrapeso, por lo general con un torno o malacate. Un mecanismo disparador mantiene el contrapeso en su posición. La honda es colocada en forma horizontal, sobre un canal, en la base del armazón, paralelo a la barra y el proyectil colocado en su bolsa. Cuando el disparador es soltado, el contrapeso cae y la viga impulsa la honda, primero horizontalmente a través del canal y luego, en el aire, haciéndola describir un arco hacia arriba. Cuando el proyectil está cerca del punto en que la honda forma un ángulo de 45° con la horizontal, el gancho se desliza del extremo libre de la honda y vuela libremente hacia su objetivo.
Al emplazar y apuntar el fundíbulo, se deben realizar varios intentos antes de lograr una posición óptima para el ataque. Pequeños ajustes pueden ser hechos cambiando el ángulo del gancho que sostiene el extremo libre de la honda o alterando la longitud de la honda.
Historia y primeros usos
Orígenes El fundíbulo deriva de la antigua honda. En realidad, una variante de ella (que usaba una pequeña vara de madera para extender el arma y proveerle un mejor apalancamiento) evolucionó para convertirse en el fundíbulo de tracción, en el cual un grupo de personas tiraban de cuerdas atadas al brazo corto de una palanca que tiene una honda en el brazo largo. Este tipo de fundíbulo es más pequeño y tiene un alcance menor que el fundíbulo de contrapeso, pero es un máquina más fácil de transportar y tiene un promedio más rápido de disparos. Los fundíbulos de tracción más pequeños pueden ser accionados por la fuerza de una persona tirando de una sola cuerda, pero la mayoría eran diseñados de un tamaño tal que se necesitaban entre 20 y 100 hombres para hacerlo funcionar; normalmente se ubicaban 2 personas por cuerda. Éstos eran a veces ciudadanos que ayudaban en el sitio o en la defensa de su ciudad.
Primeros fundíbulos
Se cree que los primeros fundíbulos fueron usados en China en el Siglo V a. C. Los fundíbulos chinos de contrapeso eran llamados Huihui Pao (回回砲) o Xiangyang Pao (襄陽砲), ("huihui" significa musulmán) porque los chinos conocieron los primeros fundíbulos durante los sitios a las ciudades de Fangyang y Xiangyang, cuando el ejército mongol, incapaz de capturar las ciudades a pesar de haberlas sitiado por muchos años, contrató a dos ingenieros persas, quienes construyeron fundíbulos de contrapeso y pronto redujeron las ciudades a escombros, y forzaron a las guarniciones a rendirse.
Hacia occidente
El uso del fundíbulo se extendió hacia el oeste y alcanzó los países árabes a través de Persia y Bizancio. El arte de construirlos llegó a conocerse en los países nórdicos desde el norte de Alemania, cuya maquinaria de guerra es regularmente mencionada en los libros de la Liga Hanseática. Hay ciertas dudas sobre el período exacto en que estos artefactos y el conocimiento sobre ellos llegaron a Escandinavia. Los vikingos pueden haberlos conocido en una era mucho más temprana, como el monje Abbo de St. Germain indica sobre el sitio de París (885-886), en su épica "De belle Parisiato", fechada alrededor del año 890.
Los fundíbulos fueron usados por primera vez en Italia a fines del Siglo XII e introducidos en Inglaterra en 1216, durante el sitio de Dover. En 1304, durante el sitio al Castillo Stirling, Eduardo I de Inglaterra ordenó a sus ingenieros que construyeran un fundíbulo gigante para la armada inglesa, llamado "Warwolf" (lobo de guerra). Ningún detalle de su diseño ha sobrevivido hasta la actualidad.
Últimos fundíbulos
Con la introducción de la pólvora, el fundíbulo fue reemplazado como arma de asedio preferida por el cañón. El último uso militar recordado fue en 1521, durante el sitio a la capital azteca por parte de Hernán Cortés. El relato del ataque menciona que su uso fue motivado por la falta de pólvora. Sin embargo, el intento fue desafortunado: el primer proyectil lanzado aterrizó en el fundíbulo, destruyéndolo; aunque según el libro "La visión de los Vencidos", esta arma realizó varios disparos antes de romperse.
Fundíbulos en la actualidad

Réplica de un fundíbulo en Château de Castelnaud

Modelo comercial de un fundíbulo medieval
Actualmente, muchas personas construyen y experimentan con fundíbulos por diversión, y son usados en las aulas para ilustrar principios mecánicos y físicos. Existen desde pequeños modelos a escala hasta grandes réplicas de varias toneladas.
Existen fundíbulos modernos con algunas mejoras:
fundíbulo de brazo flotante
F2K fundíbulo
Scissor-jack
Whipper
MRT(en inglés multi-rotational trebuchet) Fundíbulo multi-rotacional. Es menos eficiente que uno de brazo flotante, pero más eficiente que un fundíbulo tradicional. El brazo da una o dos vueltas completas antes de lanzar el proyectil.

martes, 16 de marzo de 2010

Torre de Asedio

Una torre de asedio es un tipo de variante ofensiva de una bastida, ingenio empleado en la Edad Antigua y Media para superar murallas enemigas y depositar sin grandes dificultades a varios hombres armados en lo alto de éstas para que las tomasen más fácilmente.

El modelo básico es el de una torre de base cuadrada de varios pisos, unidos entre sí por una escalera interna o posterior, dos o tres metros más alta que las murallas a superar y con un puente levadizo en su parte superior por el que alcanzaban las almenas enemigas los soldados (y a veces, la caballería) que llevaba en su interior. También solían portar arqueros que disparaban a los defensores en el momento de bajar el puente. Para poder moverse, la torre contaba con cuatro grandes ruedas. Inicialmente era movida por bueyes o caballos, pero a medida que se acercaba a su objetivo la tracción animal era sustituida por el empuje de numerosos hombres en su parte posterior. Probablemente, la torre de asedio más colosal fue la Helepolis construida por Epímaco de Atenas para Demetrio Poliorcetes durante el fallido asedio de Rodas del año 304 a. C. Medía 43 m de altura y 22 de lado en su base, y estaba provista de ruedas de 4,6 m de diámetro y montaba catapultas en sus nueve pisos.

En épocas antiguas, la torre de asedio fue empleada tanto en Europa como en Extremo Oriente y sus orígenes se remontan al siglo IX a. C., en que aparece representada en los relieves asirios junto al ariete con ruedas. Fue empleada en el asedio de Selinunte por el ejército cartaginés, y posteriormente en Motia por el tirano Dionisio I de Siracusa.

Su construcción requería de mucho tiempo y recursos, por lo que no solían usarse hasta que fracasaban todas las otras medidas para superar una muralla, derribarla o romper sus puertas por medio de arietes. El armatoste, a veces formado por piezas prefabricadas, se montaba en el propio lugar del asedio, a la vista de la fortaleza o ciudad sitiada con el fin de causar un impacto psicológico apreciable en el enemigo. El hecho de que la torre pareciera moverse sin nadie que tirase de ella cuando era empujada desde atrás la hacía más terrorífica aún, sobre todo cuando los sitiados pertenecían a culturas que desconocían las armas de asedio (como ocurría con muchos pueblos de Europa occidental cuando se enfrentaron a la conquista romana).

Las respuestas tácticas que los asediados tenían contra las torres de asedio eran múltiples, y por ello, poco definitivas. La más simple consistía en la construcción de fosos alrededor de la fortaleza, lo que obligaba al asaltante a rellenarlos con paja, madera o escombros con el fin de aplanarlos y que la torre no perdiese el equilibrio, obligándoles a retrasar su asalto final. Así mismo, los sitiados también disparaban flechas contra la torre y material incendiario que al caer sobre la estructura de madera podía destruirla rápidamente y matar a todos los hombres que llevaba en su interior. Durante el asedio de Jerusalén de 1099, los musulmanes lograron quemar de esta forma una de las dos torres empleadas por los cruzados en el asalto a la ciudad. Con el fin de evitar este tipo de situaciones, las torres de asedio se recubrieron posteriormente con diversas protecciones, generalmente pieles de animales mojadas aunque en algunos casos se emplearon planchas metálicas. El impacto de grandes piedras lanzadas por catapultas también podían desestabilizar la torre y hacerla volcar.
Otro método era el minado del terreno que se extendía ante los muros para impedir su avance. Pero el más utilizado era la elevación con cualesquiera medios de la altura de las murallas para impedir que las torres de asedio pudieran batir la parte superior de las defensas de la ciudad.
Esta técnica, descrita en el relato del asedio de Masalia[1] no figura en los textos sobre el asedio de Sagunto, pero debe inferirse que los saguntinos conocían diversos métodos de lucha contra las torres de asedio, ya que Aníbal empleó estos ingenios, cuya altura sobrepasaba la de las murallas de la ciudad, desde el inicio del asedio y, sin embargo, el sitio se prolongó por espacio de ocho meses según Tito Livio[2] y Zonaras,[3] lo cual es ilógico si se entiende que desde el momento en que las torres cobran ventaja sobre las fortificaciones, a los zapadores les era relativamente sencillo abrir las brechas para el asalto de la infantería.

Como todas las armas de asedio medievales, la torre también quedó obsoleta con la generalización del cañón en el siglo XV.

Templarios

Los templarios

La Orden del Temple fue una orden medieval de carácter religioso y militar cargada de tintes legendarios, nacida en la primera cruzada. Fue fundada en Jerusalén en 1118 por nueve caballeros franceses, con Hugo de Payens a la cabeza.
En sus inicios su denominación oficial fue Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón; más tarde fueron conocidos comúnmente como Caballeros templarios o Caballeros del templo de Salomón, denominación surgida tras instalarse en el antiguo templo de Salomón. La designación de Orden del Temple es la traducción de esto al francés, siendo muy extendida dados los amplios lazos Templarios con Francia.
Con la ayuda del abate San Bernardo de Claraval y su escrito De laude novae militiae redactaron su regla basada en la regla de San Benito, de acuerdo con su reciente reforma por los cistercienses, de los que adoptaron el hábito blanco al que añadieron la cruz encarnada; en 1128, en el concilio de Troyes, la orden obtuvo de Honorio II la aprobación papal. Los privilegios de la orden sobre el botín obtenido en Tierra Santa fueron confirmados por las bulas Omne Datum Optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). A lo largo de su historia, templarios y cistercienses, aunque fueran órdenes distintas, se mantuvieron interrelacionadas.
Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, ya que su escaso número (9) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud. Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ese fue el inicio de la gran expansión de los "pauvres chevaliers du temple" . Las bulas papales, que les daban derechos sobre las conquistas en Tierra Santa, los hacía depender directamente de él (y por tanto, los apartaba del poder de reyes y obispos) y les concedían el derecho de construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
Debido a que se han encontrado restos arqueológicos templarios en túneles bajo el Templo de Salomón, muchos eruditos han especulado que los templarios se dedicaban a obtener restos arqueológicos importantes para el cristianismo, como son el Santo Grial, un trozo de la cruz en la cual murió Jesús o incluso restos que podían destruir varios cánones de la iglesia de ese entonces. Para evitar que estos descubrimientos pudiesen traer consecuencias nefastas para la iglesia, esta les dio las tierras y los derechos anteriormente mencionados.
Aparte del consabido poderío militar, con el transcurso del tiempo, se convirtieron a través de donaciones, en uno de los mayores terratenientes de Europa. Hay que nombrar, por ejemplo, como el rey aragonés Alfonso I el batallador dejó su reino a las órdenes militares, que renunciaron a este a cambio de numerosas ventajas. Además, con el fin de salvaguardar los ahorros de los peregrinos, desarrollaron un sistema bancario basado en garantías (similares a los cheques de viaje actuales), que se podían intercambiar por la cantidad indicada en cualquier posesión templaria y alejaban el peligro de llevar grandes cantidades de dinero en efectivo. Este sistema bancario, y sus abundantes riquezas convirtieron a la orden en una gran prestamista, que aportaba los fondos cuando los diversos reyes europeos necesitaban dinero. Los templarios llegarían a ser una de las instituciones más ricas de su época, contando con vastas tierras y señoríos, numerosas ventajas comerciales, grandes tesoros, flotas comerciales que partían desde Marsella.
Fin de los templariosFelipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido con ellos tras un préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la Quinta Cruzada, y su deseo de un estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a una cabeza barbuda de nombre Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas).
El Viernes 13 de octubre del año 1307, Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios fueron encarcelados en una operación conjunta simultánea en toda Francia y fueron sometidos a torturas, por las cuales la mayoría de los acusados se declaró culpable de estos crímenes secretos. Algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida. Tal fue el impacto, que se acuño la leyenda negra del Viernes trece.

Las Cruzadas



Las Cruzadas Se designan con este nombre las expediciones que, bajo el patrocinio de la Iglesia emprendieron los cristianos contra el Islam con el fin de rescatar el Santo Sepulcro y para defender luego el reino cristiano de Jerusalén. La palabra "Cruzada" fue la "guerra a los infieles o herejes, hecha con asentimiento o en defensa de la Iglesia". Aunque durante la Edad Media las guerras de esta naturaleza fueron frecuentes y numerosas, sólo han conservado la denominación de "Cruzada" las que se emprendieron desde 1095 a 1270. Según Molinier, las Cruzadas fueron ocho.
Cuatro a Palestina, dos a Egipto, una a Constantinopla y otra a África del Norte. Las causas de las Cruzadas deben buscarse, no sólo en el fervor religioso de la época, sino también en la hostilidad creciente del Islamismo, en el deseo de los pontífices de extender la supremacía de la Iglesia católica sobre los dominios del Imperio Bizantino, en las vejaciones que sufrían los peregrinos que iban a Tierra Santa para visitar los Santos Lugares, y en el espíritu aventurero de la sociedad feudal. Cuando los turcos selúcidas (selyúcidas) se establecieron en Asia Menor (1055) destruyendo el Imperio Árabe de Bagdad, el acceso al Santo Sepulcro se hizo totalmente imposible para los peregrinos cristianos.
Un gran clamor se levantó por toda Europa, y tanto los grandes señores como los siervos acudieron al llamamiento del papa Urbano II. Los caballeros aspiraban a combatir para salvar su alma y ganar algún principado, los menestrales soñaban hacer fortuna en el Oriente, país de las riquezas, los siervos deseaban adquirir tierras y libertad. En el concilio de Clermont, ciudad situada en el centro de Francia, el papa Urbano II predicó la Primera Cruzada, prometiendo el perdón de los pecados y la eterna bienaventuranza a todos cuantos participasen en la campaña. "Vosotros, los que habéis cometido fratricidio -decía el Santo Padre-, vosotros, los que habéis tomado las armas contra vuestros propios padres, vosotros, los que habéis matado por paga y habéis robado la propiedad ajena, vosotros, los que habéis arruinado viudas y huérfanos, buscad ahora la salvación en Jerusalén.
Si es que queréis a vuestras propias almas, libráos de la culpa de vuestros pecados, que así lo quiere Dios..." "¡Dios lo quiere! ¡Dios lo quiere!" -gritaron a una voz millares de hombres de todas las clases sociales, reuniéndose en torno del Papa, para recibir cruces de paño rojo que luego fijaban en su hombro izquierdo como señal de que tomaban parte en la campaña. Pedro el Ermitaño recorrió los burgos y campos de Italia y Francia predicando la Cruzada a los humildes. Era un hombre de pequeña talla, de faz enjuta, larga barba y ojos negros llenos de pasión; su sencilla túnica de lana y las sandalias le daban un aspecto de auténtico asceta. Las multitudes le veneraban como si fuera un santo y se consideraban felices si podían besar o tocar sus vestidos. Reunió una abigarrada muchedumbre de 100.000 personas, entre hombres, mujeres y niños.
La mayoría carecía de armas, otros se habían llevado las herramientas, enseres de la casa y ganados, como si se tratara de un corto viaje. Atravesaron Alemania, Hungría y los Balcanes, creyendo siempre que la ciudad próxima sería ya Jerusalén. Llegaron a Constantinopla, donde el emperador griego Alejo les facilitó buques para el paso del Bósforo. En Nicea fueron destrozados por los turcos seljúcidas. Pedro el Ermitaño y un reducido número de supervivientes regresaron a Constantinopla, donde esperaron la llegada de los caballeros cruzados.
LA TOMA DE JERUSALÉN. A estas masas indisciplinadas sucedió después la marcha de los ejércitos. Calculaban los historiadores que se movilizaron 100.000 caballeros y 600.000 infantes. Emprendieron la marcha formando cuatro grupos o ejércitos, constituidos por los nobles de Europa entera, acompañados de sus vasallos. Entre ellos descollaban el normando Bohemundo y su primo Tancredo, el guerrero más brillante de aquella expedición; el conde Raimundo de Tolosa, los condes de Flandes, Blois y Valois; el duque de Normandía y Godofredo de Bouillón, a quien acompañaban sus hermanos Eustaquio de Bolonia y el intrépido conde Balduino. Al frente iba el legado del Papa, Ademar de Monteril, obispo de Puy, que ostentaba la dirección espiritual de la Cruzada.
Los cruzados se dieron cita frente a los muros de Constantinopla. Alejo I era en aquella época el emperador de Bizancio y temeroso de aquellas bandas de "bárbaros" los transportó a la ribera asiática, comprometiéndose a facilitarles provisiones a cambio del juramento de fidelidad, es decir, que les investiría de las tierras que ganasen a los turcos. Éstos se hallaban muy divididos, por lo que Nicea pronto sucumbió a los ataques de los cristianos. Seguidamente conquistaron Dorylea y Antioquía, siendo luego sitiados en esta localidad por 200.000 turcos al mando de Kerboga, general del califa de Bagdad. La ruina del ejército cruzado parecía inminente; Godofredo, impelido por el hambre, había sacrificado sus últimos caballos. El descubrimiento de la Santa Lanza en la ciudad dio ánimos a los sitiados; las huestes cristianas salieron al encuentro de Kerboga llevando al frente la lanza con la que había sido herido el costado de Cristo y deshicieron aquel poderoso ejército.
Tras estas luchas sobrevino una epidemia que redujo el ejército cruzado a sólo 50.000 hombres. Avanzaron hacia Siria, continuaron por el Líbano y penetraron en Palestina. Al llegar a las proximidades de Jerusalén, los cruzados se arrodillaron para besar la tierra mientras exclamaban: "¡Jerusalén, Jerusalén!... ¡Dios lo quiere, Dios lo quiere!..." Los cruzados sitiaron la ciudad, construyendo grandes torres con ruedas para acercarse a las murallas; a pesar de la falta de agua prosiguieron las operaciones con entusiasmo; después de celebrar una solemne procesión alrededor de la ciudad y por el monte de los Olivos, comenzó el asalto dirigido por Tancredo y Godofredo de Bouillón, el día 15 de julio de 1099. La matanza de musulmanes fue horrible y duró una semana entera.
Los Santos Lugares habían sido rescatados y se constituyó un Estado cristiano. La corona fue ofrecida a Godofredo de Bouillón (1058-1100) quien adoptó solamente el título de "barón del Santo Sepulcro", puesto que no era propio llevar corona de oro en el lugar donde Cristo fue coronado de espinas. La caída de Jerusalén causó una alegría grande en Occidente por considerar el hecho como la victoria definitiva sobre el Islam. Desde entonces, el reino de Jerusalén fue el amparador de los peregrinos cristianos y las Cruzadas posteriores fueron suscitadas para defenderlo de los ataques turcos. Eran feudatarios del reino de Jerusalén los condados de Edesa y Trípoli, así como el principado de Antioquía. Para el mantenimiento de este reino era preciso dominar las ciudades de la costa mediterránea y los puertos de Siria. Las ciudades marítimas del Mediterráneo; Pisa, Génova, Marsella, Barcelona y Venecia, facilitaron naves y mantuvieron un activo comercio gracias a las facilidades que recibieron por parte de los cristianos de Tierra Santa, quienes concedieron acuartelamientos, almacenes en los puertos, privilegios aduaneros y exenciones de impuestos.
De este modo, en las sucesivas Cruzadas, el interés comercial pesó tanto como el religioso. Cuando en 1144 Edesa cayó en poder de los turcos y el sultán Nuredín amenazó el reino de Jerusalén, una nueva oleada de emoción cundió por Europa. San Bernardo predicó la Segunda Cruzada que fue dirigida por Conrado III, emperador de Alemania, y Luis VII rey de Francia. El Ejército se componía de unos 150.000 hombres, pese a lo cual los resultados que obtuvieron fueron mezquinos. Conrado III estuvo a punto de perecer con sus tropas en Asia Menor, llegaron a Palestina diezmados y el emperador, enfermo, tuvo que regresar a Constantinopla. Los franceses fracasaron en su intento de atacar Damasco y se disolvieron.
LAS ORDENES MILITARES. La custodia y defensa de los territorios conquistados en Tierra Santa fueron confinados a milicias especiales de carácter mitad religioso mitad militar, que recibieron el nombre de Ordenes Militares. Todos sus componentes estaban sujetos al triple voto de obediencia, castidad y pobreza. Al frente de la Orden se hallaba un Gran Maestre que residía en Tierra Santa. Los fieles o miembros se dividían en tres grupos: caballeros, religiosos y hermanos. Los primeros tenían por misión acompañar y proteger a los peregrinos que visitaban los Santos Lugares, y luchar contra los infieles. El servicio divino de los castillos estaba encomendado a los religiosos.
Los hermanos atendían los quehaceres domésticos, cuidaban de los pobres y de los enfermos. La Orden de los Hospitalarios fue constituida por varios nobles franceses con el fin de atender a los peregrinos y cuidar a los enfermos. Más tarde esta Orden cambió de finalidad e intervino en las luchas contra los infieles y en la defensa de los territorios cristianos. Al evacuar Tierra Santa, se establecieron en la isla de Rodas e hicieron frente a los turcos por espacio de dos siglos. De todas las órdenes militares, la más famosa fue la de los Templarios, creada en 1118 por Hugo de Payens y nueve caballeros borgoñeses, con la misión de proteger a los peregrinos y limpiar los caminos de salteadores infieles. Su Gran Maestre residía en el mismo lugar donde se había levantado el templo de Salomón, de aquí el nombre de "templarios". La mayor parte de ellos eran franceses y vestían un manto blanco con una cruz roja colocada sobre la armadura. Su bandera era blanca y negra. Gracias a las herencias y donativos los caballeros templarios llegaron a reunir gran número de castillos y territorios en Europa y Oriente, pero esta prosperidad suscitó envidias y dio pie a toda clase de calumnias.
Felipe IV de Francia les acusó ante el papa Bonifacio VIII de herejía, impiedad, prácticas idolátricas, etc., hasta conseguir el encarcelamiento de sus miembros, que fueron juzgados por tribunales de la Inquisición. Las acusaciones se apoyaron en declaraciones obtenidas por el tormento, la amenaza de la hoguera o la promesa del perdón, por lo que acabaron confesando todo cuanto sus jueces quisieron. El Papa suprimió la Orden, cuyos bienes fueron cedidos a otras órdenes o al poder civil, sobre todo en provecho del rey de Francia. La tragedia de los Templarios fue debida a la falta de escrúpulos de Felipe el Hermoso, quien de esta forma vio saldada a su favor la suma de quinientas mil libras que adeudaba a los caballeros del Temple. En los reinos cristianos de España que, a la sazón, se hallaba empeñada en la Cruzada contra los musulmanes, también surgieron instituciones parecidas: las Ordenes de Santiago, Calatrava y Alcántara.
SALADINO. A partir del año 1174 nuevas amenazas se cernieron sobre los cristianos de Tierra Santa, ya que Saladino (1137- 1193) un musulmán con talento y audacia reorganizó el ejército y conquistó Egipto, Siria y Jerusalén.
El rey de esta última ciudad, Guy de Lusignan, fue hecho prisionero por los musulmanes tras la batalla de Tiberíades. Saladino en persona arrancó la Cruz del Templo, mandó fundir las campanas y destruir las iglesias cristianas y purificar las mezquitas. La Iglesia entonces predicó con fervor la Tercera Cruzada, acudiendo al llamamiento tres soberanos famosos en la Historia: Federico I Barbarroja, emperador alemán; Felipe II, de Francia, y el rey inglés, Ricardo Corazón de León. Todos ellos eran monarcas valientes, poderosos y aguerridos; sin embargo, cometieron el error de no aunar sus fuerzas y presentar combates por separado.
Barbarroja murió al vadear el río Salef; Felipe II y Ricardo Corazón de León, lucharon entre sí con gran escándalo de la Cristiandad. El rey inglés, que era muy altivo, al ver un día la bandera del Duque de Austria, Leopoldo, izada en un torreón de San Juan de Acre, la arrancó echándola luego al foso de la fortaleza. El duque reclamó satisfacciones y su mensajero fue despedido por el rey con un fuerte puntapié. Si bien Ricardo conquistó Chipre y derrotó a Saladino en Arsuf, no pudo recuperar Jerusalén, teniéndose que conformar con la estipulación de un tratado que permitía a los cristianos visitar el Santo Sepulcro, siempre que fueran desarmados y en pequeños grupos. Ricardo Corazón de León emprendió el regreso a Inglaterra disfrazado de peregrino, con sayal y largas barbas.
Cuenta la leyenda que al atravesar el territorio del duque de Austria fue descubierto y reducido a prisión en venganza del ultraje inferido a la bandera de Leopoldo, en los muros de San Juan de Acre. Blondel, trovador de Arras, cumpliendo el juramento que había hecho de encontrar a su señor, recorría los castillos de Europa cantando una canción conocida por el rey Ricardo. En una ocasión su canto fue coreado tras la ventana de un muro, descubriendo así el paradero de Ricardo Corazón de León, que poco después era rescatado por sus vasallos. La Cuarta Cruzada estuvo llena de intrigas, intereses políticos y mercantiles, escapando su dirección de manos del Papa, que tuvo que excomulgar a los venecianos por haber desviado la finalidad religiosa de la empresa. Éstos pusieron su Marina a disposición de los cruzados, a condición de que ganaran Constantinopla y estableciesen allí un imperio latino, como así sucedió.
ULTIMAS CRUZADAS. La quinta, iniciada por el papa Inocencio III y continuada por Honorio III, fue secundada por Juan de Brienne, rey de Jerusalén en el exilio, el duque Leopoldo VI, de Austria, y el rey de Hungría, Andrés II. El único resultado práctico fue la conquista de Damieta, después de un asedio memorable, sin que ello tuviese consecuencias para la Cristiandad. La importancia de las Cruzadas va disminuyendo a medida que nos acercamos a las últimas. La sexta fue dirigida por Federico II, de Alemania, a pesar de la oposición del papa Gregorio IX, que no quería ver convertido en caudillo de los cruzados a un rey como Federico que se hallaba excomulgado. Llegadas las fuerzas alemanas a Tierra Santa, su emperador siguió una política complicada y realista, usando más de la diplomacia que de las armas, concertando en 1229 una tregua de diez años con el sultán de el Cairo, Malek-el-Kumel, durante la cual los cruzados conservarían Jerusalén, Nazaret, Belén y otras localidades estratégicas. Jerusalén se declaraba ciudad santa para los cristianos, aunque se permitió la continuación del culto musulmán en las mezquitas.
La Séptima Cruzada fue propuesta en el Concilio de Lyon (1245) por el papa Inocencio IV, con el fin de recobrar la ciudad de Jerusalén, que había sido conquistada por los turcos. El llamamiento del pontífice tuvo un eco muy débil en Europa. Sólo fue escuchado por Luis IX, rey de Francia, quien movilizó un gran ejército y marchó hacia Damieta que fue tomada. Después de algunos fracasos y epidemias que descorazonaron a los cruzados, Luis IX cayó prisionero y pudo recobrar su libertad mediante el pago de un millón de escudos y la evacuación de Damieta. El fracaso había sido completo. Una vez en Francia, el rey francés organizó la Octava Cruzada, esta vez dirigida contra Túnez.
A los pocos días de desembarcar, San Luis fue atacado por la peste y murió ante los muros de la ciudad. Las Cruzadas, consideradas desde el punto de vista militar, fueron un verdadero fracaso toda vez que los Santos Lugares que se querían conquistar para la Cristiandad, continuaron en poder de los musulmanes. Sin embargo, las consecuencias indirectas de ellas fueron importantísimas en todos los órdenes de la vida y contribuyeron a transformar la sociedad y el pensamiento europeos. En el orden social y político ayudaron a la decadencia del Feudalismo; millares de señores murieron en las expediciones y los que consiguieron regresar quedaron empobrecidos, en incremento del poder real, que adquirió desde entonces una gran preponderancia sobre los nobles.
En el orden religioso contribuyeron a atenuar al fanatismo propio de la época y a crear cierta tolerancia, ya que los cruzados comprobaron que el infiel no era un hombre salvaje sino que en muchos aspectos vivía mejor que los europeos. En efecto, los orientales eran más civilizados en el orden científico y comercial que los cristianos, y éstos llevaron a sus tierras muchos conocimientos que fueron altamente beneficiosos: los damascos, telas brochadas, el terciopelo, los espejos, los vidrios artísticos, el papel, el azúcar de caña, el alcohol, etc., que en Europa sólo se conocían a través de los árabes españoles.